El Romance de las Máquinas Universales.
Alan Turing es, por supuesto, el fantasma que ronda en los ámbitos de este texto, un fantasma que uno desea ver aparecer a la vuelta de cada página. Su obra es maravillosa: como Juanjo1 señala en el Apéndice B, el artículo cuyo nombre comienza con On Computable Numbers, publicado por Turing en 1936, constituye una de las piezas fundacionales de la Ciencia de la Computación. Allí formula un modelo matemático de computadora (lo que hoy llamaríamos una ``máquina abstracta'') que convenció inmediatamente a los lógicos de la época como la caracterización necesaria y suficiente de la noción de ``cálculo mecánico". Es decir, todos se convencieron (y esa convicción perdura hasta hoy) de que si algo se puede calcular mecánicamente (es decir, si existe un procedimiento mecánico para realizar el cálculo) entonces ese cálculo puede ser realizado por una máquina de Turing. Antes y después se propusieron otros modelos de computación mecánica. Pero para los lógicos (de antes y de ahora) la máquina de Turing es sin dudas el que satisface más directa y plenamente la intuición y la búsqueda. En el mismo artículo, Turing indica en detalle cómo puede programarse una de sus máquinas para que pueda interpretar, es decir mimetizarse con, otra máquina de Turing cualquiera dada. Esa nueva máquina es llamada entonces, con justicia, universal. Digámoslo nuevamente: una máquina (universal) de Turing es capaz de leer e interpretar cualquier otra máquina de Turing, es decir, cualquier procedimiento mecánico. Por supuesto, esto es lo que hacen las computadoras que hoy todos parecemos necesitar para vivir.
Luego de eso, Turing realizó contribuciones vitales a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, por la vía de dirigir las investigaciones que terminaron quebrando el código criptográfico de los nazis. También programó computadoras reales. Dándose cuenta al hacerlo2 de que cada programa necesita un teorema que lo verifique y explique, desarrolló la primera demostración de la corrección de una rutina3 y propuso para esos efectos un método que veinticinco años después se impondría como estándar y que hoy todo el mundo atribuye a otros investigadores. Finalmente, formuló las preguntas fundacionales, y algunos criterios fundamentales, de lo que hoy se conoce como Inteligencia Artificial4.
Fue perseguido por los agentes del Estado, oficialmente debido a su condición de homosexual, quizá también por razones precisamente de Estado. Obligado a tratamientos hormonales e interrogatorios constantes y degradantes, terminó suicidándose cuanto estaba a días de cumplir 42 años. Se trata, en suma, de un amigo entrañable, alguien junto a quien estará siempre nuestro corazón, sin que podamos librarnos de la amargura y el deseo de vindicación.
De la obra de Turing, gigantesca y tronchada, yo personalmente prefiero el mismo comienzo. Debe haber sido en 1935 en el King's College de Cambridge que él tomó la decisión de estudiar el Entscheidungsproblem propuesto por Hilbert en 1928: ¿es posible diseñar un método mecánico que, dada una proposición (matemática) cualquiera decida en un número finito de pasos si ella es verdadera o falsa? Se trata de un problema de los Fundamentos de la Matemática, algo que se investiga en Lógica, una provincia que desde finales del siglo XIX está en disputa entre la Matemática y la Filosofía.
Me imagino que Turing debe haber tenido que pasar unas cuantas veces por el embarazoso momento que se vive cuando un pariente, un amigo, incluso un estudiante y sin dudas en algún momento un burócrata o un ``tomador de decisiones" le pregunta a uno sobre su trabajo: ``¿y eso para qué sirve?" Hoy a algunos nos pasa lo mismo, demasiado a menudo; parece que uno tiene que conocer ya de antemano la utilidad de todas las cosas, entendiéndose por utilidad el rédito económico seguro para la organización financiadora o los patrones en cuestión. Por supuesto, existen disciplinas que son desechadas de antemano, puesto que obviamente nada útil puede salir de ellas. Bueno, yo creo que la Lógica, los Fundamentos de la Matemática y la Filosofía debían ser en 1936, como lo siguen siendo hoy, casos de esas disciplinas ``especulativas'', ``vanas'', ``exclusivamente teóricas'', etc. El hecho de que Turing haya inventado el modelo teórico de la computadora moderna --y a continuación dirigido la realización de la primera de ellas en la Universidad de Manchester -- precisamente como consecuencia de haberse puesto a estudiar aquello no parece hoy en día significar nada para los administradores de la investigación científica y tecnológica que arguyen conocer con fundamento qué es lo que se debe investigar en cada momento y cómo hacerlo. En realidad ellos cumplen en general con proteger ciertos lucros y prerrogativas. Cabe decir que, en algunos países, otros administradores realizan la misma tarea pero con el celo explícito y vigilante de que a los investigadores no se les escape detalle de nada.
Los lectores de esta obra (entre los que, me imagino, se contarán muchos montevideanos estudiantes de Computación) tienen suerte de poder contar con Juanjo para profundizar junto a él, en su escritorio en el InCo, en la historia de la Computación, particularmente en Uruguay. Pero personalmente me gustaría llamarles la atención sobre el hecho de que también pueden hacerlo sobre el asunto que acabo de mencionar, es decir, sobre el estado y la evolución de la investigación, particularmente en nuestro país.
En efecto, Juanjo ha sido varias veces homenajeado, con plena justicia, por haber sostenido y edificado la enseñanza de la Computación en la Universidad de la República, comenzando en épocas particularmente críticas de una manera que no hace más que proveer evidencia, por si hacía falta, de que la esperanza no es necesaria, sólo la determinación.
Ahora, junto a la enseñanza levantó otro edificio: el de la investigación en Ciencias de la Computación. No sólo sostuvo al InCo5, también al Pedeciba Informática6. Puso en marcha los dos programas de postgrado en investigación clásicos, que fueron los primeros en el área en nuestro país: la Maestría y el Doctorado del Pedeciba Informática. Creó grupos de investigación (para posible beneplácito de Turing, en Computación Teórica) inspirando en el camino a decenas de jóvenes estudiantes, muchos de los cuales hemos elegido decididamente la profesión de investigador y docente. No tengan ustedes dudas de que Juanjo es un temible adversario de dos de las más terribles plagas nacionales: el escepticismo7 y la pereza intelectual8.
Concluyo con lo que ya es evidente, es decir, con mi profundo agradecimiento por haber podido rendir un breve homenaje a Turing y a Juanjo a la vez. Sospecho en este momento la posible sonrisa de un escéptico: pensará que se trata de un apareamiento desproporcionado, hijo seguramente del ombliguismo y la autocomplacencia, ya que, mientras Turing ha dejado un legado impresionante para la Humanidad, Juanjo apenas si es conocido fuera de Montevideo. Mi obcecada respuesta es: de vuelta, no se apresuren a juzgar. Hay algo llamado investigación que está ocurriendo en algunas salas del InCo, y ojalá que también en otros sitios de Montevideo. Y eso es un legado de Juanjo.
Este libro fue originalmente pensado
como un texto de apoyo para un curso sobre Historia de la
Computación en la Universidad de la República (UdelaR)
en el siglo XX.
El curso sería, concretamente, una
asignatura electiva semestral
de la carrera Ingeniería en Computación
de la Facultad de Ingeniería de la UdelaR,
en Montevideo, Uruguay.
Pero, casi sin darme cuenta, me puse a imaginar una película.
Un romance extrañamente conectado a algunos de los acontecimientos
relevantes de la historia de la Computación.
De manera que, luego de unos días, tenía en mi cabeza
una película irrealizable cuyo guión
podía intentar escribir.
Esa idea me gustó: podía escribir algo parecido a un guión. Y así surgió la ``cámara'' como personaje de la novela.
En ``El Romance de las Máquinas Universales'', sólo hay diálogos
entre los personajes y
descripciones de los movimientos o imágenes de una supuesta ``cámara''
de filmación
que
nos ayuda a seguir la historia desde la óptica de una máquina.
Me llevó un tiempo aprender a manejar una cámara
ficticia. Nunca logré dominarla completamente,
pero algo aprendí.
Los demás ingredientes son, al menos en apariencia, ortodoxos. La trama de la película se presenta, sin mucho trámite, en los dos primeros capítulos. A partir de ahí, el espectador sabe casi todo.
La comida, la bebida y la música, como Asterix y Obelix nos enseñan, tienen una presencia importante.
El escenario principal es el Parque Rodó, lugar
donde está ubicada la Facultad de Ingeniería.
La película es ficción, pura ficción, pero es evidente que se
inspira en hechos reales, frecuentemente distorsionados o modificados
para
adaptarlos mejor a la trama o a los personajes.
De manera que, como en las películas de verdad, debemos hacer
la clásica aclaración:
Cualquier coincidencia con la vida real es pura casualidad.
Pero, recordando que el objetivo original era hacer un texto para apoyar un curso, esta aclaración no es suficiente.
Fue necesario incluir, además, una contraparte que
presentara información, documentos y referencias que
ayuden al lector
a separar la ficción de la realidad.
Esta sección es la segunda parte del libro
y se denomina ``Detrás de la cámara''.
Fue muy placentero y divertido escribir ambas partes del libro.
Agradezco, desde ya, la valiosa y afectuosa cooperación de
loa protagonistas de
esta historia.
Sus aportes se pueden encontrar en ``Detrás de la cámara''.
Mi opinión sobre el libro no tiene mucho valor.
Estoy demasiado involucrado para poder opinar con cierta perspectiva.
Aceptando esto, debo reconocer que mi visión actual
sobre
la historia de la Computación uruguaya
no es la misma que tenía antes de sentarme a escribir.
Y lo que más me confunde es que la ficción -la película-
me está pesando de una forma que no esperaba.
Supongo, no estoy seguro, que -a veces- las cosas imaginarias
ayudan a comprender
mejor el mundo real.
Como las Máquinas Universales de Turing, ¿no?
.
.