imagen programada en C5 Los Cangrejos Rojos
y otras historias de un sobreviviente.

Juan José Cabezas   Email:jcabezas@fing.edu.uy
Facultad de Ingeniería Universidad de la República Montevideo Uruguay


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Prólogo

La idea de hacer este pequeño libro nació pensando en mis cuatro hijos y mis nietos que, al momento de escribir este prólogo, ya son tres.

En realidad, el libro no sólo surgió pensando en ellos. Fue escrito para ellos.

Me tocó vivir en un período difícil de la historia de mi país en la segunda mitad del siglo XX y sentí la necesidad de transmitirles como viví y sobreviví esa época tan dinámica y compleja.

La alternativa de cumplir con este sentimiento por medio de un relato oral quedó descartada en junio de 2007, cuando alcancé los 60 años de edad. Yo podía, con el mayor de los placeres, narrarles mis recuerdos del siglo pasado. Pero mis nietos son bebes y además, junto con sus madres, es decir, mis hijas, viven en el exterior.

Mis hijos menores, por su parte, son dos niños que, por suerte, prefieren jugar al fútbol o con la computadora antes que hablar de cosas serias que ocurrieron hace varias décadas.

Tenía que escribir nuestra historia para que, cuando les llegue el momento adecuado a cada uno, puedan leerla si lo desean.

Y así comenzó este proyecto tan agradable para mí.

Lo primero, como suele ocurrir con todos los desafíos que nos gustan, fue soltar las amarras y dejar volar libremente la imaginación.

El libro deberá estar dirigido, sin dudas, a lectores jóvenes. Que probablemente hablen el español pero que, tal vez, no vivan en Uruguay o, al menos, no residan regularmente en nuestro país.

Por esto, nada del Uruguay deberá darse por conocido. El relato no podrá manejar sobreentendidos o supuestos típicos de los habitantes del Río de la Plata.

En cambio, podríamos dejar pasar algunos códigos restringidos relativos a nuestra familia y amigos ya que mis hijos podrán comprenderlos y mis nietos dispondrán de sus padres para decodificarlos.

Pronto me percaté que este reto no era algo sencillo, para mí, para un ingeniero.

Mal o bien, estamos acostumbrados a redactar reportes técnicos, actas de examen, expedientes universitarios, trabajos científicos y manuales para los usuarios de cierto producto. Pero nosotros no hemos sido educados para escribir sobre nuestra vida.

Frente a esta realidad contundente, tomé una decisión radical: el libro será hecho con las herramientas y las metodologías de la ingeniería. Seguramente no serán los mejores instrumentos para escribirlo, pero son los que conozco, los que estoy acostumbrado a usar.

No pretendía, de esta forma, competir con un escritor profesional. Sólo trataba de compensar, al menos en parte, mis limitaciones literarias usando los métodos y técnicas de la Ingeniería en Computación.

El riesgo que podía correr era que el producto final se acerque más a una obra de ingeniería que de literatura.

De todos modos, creo que no tenía opciones.

Empecé, entonces, a orientar mi trabajo de ingeniero hacia un área donde no había incursionado antes.

Comenzamos por los aspectos metodológicos.

Si el libro es un problema suficientemente grande y complejo (y para mí lo era) aplicaremos la técnica de ''dividir y conquistar''. Dividiremos el problema original en varios problemas menores, más sencillos de resolver uno a uno.

En otras palabras, consideraremos el libro como una estructura de capítulos. Se creará un boceto de estructura que, en la medida que se vayan definiendo los capítulos, se irá refinando en versiones sucesivas.

Para disminuir la complejidad, los capítulos no serán muy extensos y estarán vertebrados por una historia autocontenida. Esto no significa que los capítulos sean absolutamente independientes transformando el libro en una simple recopilación de historias.

Por el contrario, la estructura del libro deberá asegurar que cada capítulo aporte un componente imprescindible para construir una unidad temática, una sola historia, un sólo objeto, el libro.

A esta altura yo ya estaba realmente comprometido con la idea del libro pero no tenía nada escrito. Era sólo un sueño.

De manera que, con bastante timidez, nos atrevimos a especificar un esquema de la primer versión de la estructura y luego, a redactar resúmenes, ideas o partes de algunos capítulos que se habían definido como medulares en la estructura.

Y así fui acumulando borradores. Luego volvíamos a revisar la estructura y de nuevo más texto para los capítulos. En esta etapa, nada se descartaba, seleccionaba o clasificaba, todo se acumulaba en la computadora.

Cuando llegué a algo que me pareció interesante dí un paso crucial.

Le envié a mis hijas, a mi hermana y a mi esposa un borrador del capítulo 4 (El paquete) que me parecía uno de los más representativos de lo que estaba tratando de hacer ya que integraba los recuerdos de mi madre con los míos.

El resultado fue más estimulante de lo que esperaba. Recibí toda clase de ideas, aportes y correcciones. Pero, sobretodo, percibí un gran interés de mis hijas por recuperar ese pasado.

Ahora podía intercambiar ideas con mi familia sobre el proyecto. Ya no estaba sólo en mi cabeza.

Tiempo después, les envié una versión -aun sin corregir- de los primeros 8 capítulos de Los Cangrejos Rojos.

La lista de lectores de esta versión casera comenzó a crecer y yo incorporaba más ideas y más correcciones.

Finalmente, el proyecto del libro se transformó en un libro. El ingeniero aprendiz usó toda la tecnología que pudo pero lo que realmente le permitió hacer de Los Cangrejos Rojos algo viable y posible fue el apoyo de un formidable equipo constituido por mi familia y amigos.

El principal objetivo del libro quedó cumplido al ver cómo mis hijas se integraron naturalmente al proyecto, leyendo los capítulos y participando en su evolución. Además, esto me da una buena expectativa de que, al crecer, mis hijos varones y mis nietos también puedan leerlo y comprender algo de como vivíamos en épocas tan lejanas que, por ejemplo, los Beatles no eran considerados parte de la música clásica.

Me sentí sorprendentemente aliviado cuando terminé Los Cangrejos Rojos. Quedé en paz. Sin deudas conmigo mismo. Es una buena sensación.




Montevideo, 23 de marzo de 2009.


Cortesia Gaston Gonnet

(Foto cortesía de Gastón Gonnet)